miércoles, 2 de diciembre de 2009

El silencio. La pevsión del sintagma


Por: José T. Mendoza Hernández

“Llama que me provoca;
cruel pupila quieta
en la cima del vértigo;
invisible luz fría
cavando en mis abismos;
llenándome de nada, de palabras,
cristales fugitivos
que a su prisa someten mi destino…”

—Octavio Paz


El silencio que emerge de entre las palabras es también parte del entretejido sintagmático y posee un carácter ambivalente y perverso. Por tal motivo, nos dice Georges Bataille, la palabra silencio “es la abolición del ruido que es la palabra; entre todas las palabras es la más perversa o la más poética: ella misma es prenda de su muerte”[1]. Sin embargo, dado que el lenguaje en su totalidad es posibilidad de ruido o silencio y la cristalización de los actos de la experiencia humana, corre el riesgo de conducir al hombre hacia su propia muerte discursiva, aprehendiéndolo, esto es, negándole toda posibilidad interpretativa. Sobre todo, si se acepta que el valor de verdad se valida a un nivel lingüístico. Por ello, “la rigidez de los códigos comunicativos, y de cualquier tipo de código, ha sido por mucho tiempo requerida por la exigencia de la organización”[2] sintagmática.
Dado lo anterior, el silencio es, por un lado y en tanto que implica el acallamiento del hombre y transgrede lo continuo, un modo de trasladar al individuo fuera del discurso, de conducirlo a una soledad apabullante; pero, por otro lado, también vuelve factible la pretensión del individuo por emerger del entretejido sintagmático. Así, en la medida en que el silencio forma parte de dicho entretejido, la pretensión del individuo por “emerger del discurso” será sólo aparente. Tanto más se afirme en el silencio bajo la pretensión de emerger del sintagma, cuanto más afirmará su permanencia en éste último.
Si, como se ha dicho, el silencio es parte del entretejido sintagmático, no necesariamente implica la afirmación de una soledad discursiva en el individuo, pues aún siendo éste último en el silencio, poseerá un carácter lingüístico y por ello también comunicable[3]. Por otro lado, si se aceptase que el silencio es un modo de afirmar la libertad, en tanto que coloca fuera del entretejido sintagmático al individuo y su discurso, ahora tendría que responderse a la pregunta ¿con quién puede comunicarse el individuo fuera de dicho entretejido? Si ha sido lanzado fuera del entretejido sintagmático, el silencio no sólo será acallamiento, también será el inicio una muerte discursiva y, yendo aún más lejos, física. En la medida en que el silencio es vaciado de significado, en que pretende colocarse como una afirmación de la libertad fuera del sintagma, el concepto de muerte es llenado, pero ahora bajo la categoría de olvido. De este modo, la libertad se convierte en una nada, en una muerte absoluta que alcanza su concretización en el olvido. Quien en vida o aún después de su muerte ha sido olvidado por el otro, nunca ha existido, ha sido desterrado y trasladado al vacío en donde toda posibilidad sintagmática se anula[4].
Dadas las posturas anteriores, si es posible hablar de una muerte discursiva es porque ésta no es un silencio total e infranqueable que se encuentra al final de la vida; es ella quien, bajo su forma silenciosa, angustia y coloca al individuo en los límites de lo comunicable e interpretativo. En esta medida, nos dice Borges, “la vida no es otra cosa que muerte que anda luciendo”, que posibilidad de silencio que angustia y que en cada acto de expresividad nos coloca en el límite de lo decible. Parafraseando a Nietzsche, el silencio siempre se mantiene como posibilidad que “nos desliga de cualquier límite y de toda exigencia de validación”[5]. Por otra parte, dado que la muerte, al menos discursivamente hablando, no se encuentra al final de la vida, el hombre, aún participando del lenguaje, ha sido muerto, silenciado, aprehendido por el discurso que promueven y practican las instituciones. Ellas son quienes, en última instancia, colocan al individuo en el sintagma y lo hacen participar de formas lingüísticas dogmáticamente establecidas. Por ello, nos dirá Bataille “hablar, pensar, a menos de bromear o de…, escamotear la existencia; no es morir, sino estar muerto”[6] en vida. Ello, porque hay una (a)-filiación por parte del individuo a las instituciones que velan por el sintagma, porque en el fondo, son ellas quienes nos ayudan “a movernos de modo no caótico y desordenado en la existencia, aún sabiendo que no nos dirigimos a ninguna parte”[7].
El silencio, pues, posee un carácter perverso porque siempre se mantiene siendo una aporía. Por un lado, se afirma como enemistad (a-filia)[8] a las instituciones que validan el entretejido sintagmático. En esta medida, se vuelve la pretensión del individuo por afirmar su libertad con respecto al orden sintagmático validado por las instituciones. Por otro lado, sin embargo, en la medida en que le ha sido asignado al silencio un valor dentro del propio lenguaje, también se vuelve afirmación (filiación) del entretejido sintagmático.
En conclusión, es en la dicotomía afirmación/negación donde está el carácter perverso del silencio; es en la auto-negación (Selbstverneinen) y auto-superación de sí mismo (Sichselbstueberwinder) donde es posible insertar al silencio como un modo de lenguaje que no nos refiere únicamente a lo absolutamente otro, que deja abierta una nueva posibilidad discursiva.

Bibliografía.

- Bataille, Georges, La experiencia interior, Taurus, Madrid, 1973.
-Vatimo, Gianni, Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica, Paidós, Barcelona, 1992.
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[1] Georges, Bataille, La experiencia interior, p. 26.
[2] Gianni, Vatimo, Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica, pp. 41-42.
[3] En el marco de un ritual litúrgico, por ejemplo, el silencio posee una forma significativa. El silencio que impera durante el acto de la consagración, más que una ausencia índica la manifestación de una presencia divina. Aún en este marco, el silencio que antecede a la proclamación de una palabra, otorga a ésta última un peso significativo. Por tanto, el silencio no necesariamente es condición de muerte o implica una soledad discursiva.
[4] La verdadera muerte, nos dirá Jean-Pierre Vernant, es el olvido, el silencio, la oscura indignidad y la ausencia de renombre.
[5] Gianni, Vatimo, Op. cit., p. 65.
[6] Georges, Bataille, Op. cit., p. 55.
[7] Gianni, Vatimo, Op. cit., p. 12.
[8] Filia se refiere, en sentido griego, a amistad o afecto. Por su parte, la palabra compuesta a-filia la usaremos para referirnos a enemistad, desafección

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