miércoles, 9 de diciembre de 2009

Símbolo e imaginario en Gilbert Durand

Ricardo Tafoya

El presente trabajo pretende exponer, de manera general, algunas formulaciones en torno a la noción de símbolo en Gilbert Durand que nos permitan perfilar una idea general del imaginario. Se trata de exponer los planteamientos centrales de este autor, para lograr sistematizar las diferencias entre un conocimiento de tipo sígnico frente a otro de tipo simbólico, y cómo esta tensión permite la construcción de lo que Durand ha denominado el imaginario colectivo.
Primero que nada debemos decir que uno de los objetivos de Durand en su texto “La imaginación simbólica” , es tratar de establecer las diferencias entre signo, alegoría y símbolo, para a partir de ahí, dar cuenta del sentido del lenguaje simbólico en la narración mítica. Para Durand el mito es un tipo de narración sagrada, que pertenece a un mundo primordial. El mito en este sentido es un relato simbólico, que al mismo tiempo alude a una ontología, donde el tiempo y el espacio se modifican y no son progresivos ni lineales. Hablamos aquí, dentro del lenguaje simbólico, de tiempos interiores, imaginarios, suspensivos.
A diferencia de este tipo de relatos el lenguaje sígnico se basa en una estructura lineal, sumamente distinta al simbólico. Se trata de un tipo de lenguaje que se manifiesta como sistema de signos, que es convencional y además arbitrario, como lo expresa Saussure en su semiología. El signo en este sentido, nos va a remitir a un contexto específico, acotado, donde lo que se establece como habla puede ser representado a través de la relación significado- significante.
Frente a este tipo de elementos del lenguaje, Durand distingue la alegoría, como aquello que es difícil de presentar o significar, pero que se encuentra en un punto intermedio entre el signo y el símbolo: pensemos en la idea de justicia o nación, que no tienen un referente objetual inmediato. A diferencia de ambos, el lenguaje simbólico no es convencional y tampoco tiene un referente de realidad inmediato, pertenece digamos a otro nivel o instancia del propio lenguaje. Aún cuando por ejemplo en el mito siempre haya una relación estrecha con la materia, dice Durand, el lenguaje simbólico remite siempre al cosmos, es decir, es un lenguaje material pero que produce sentido; en esta medida nos coloca en el misterio.
Lo simbólico entonces involucra al conjunto del ser en el evento que, además, suscita una transformación del sujeto. Mientras que el signo, al poseer un sentido de demostración, se expone siempre distinto a la interpretación/transformación del sujeto. Esta necesidad de demostración, dice Durand, coloca al signo en una posición más estrecha, menos abierta, a diferencia del símbolo que está en constante búsqueda de sentido. De esta forma, se establece una diferenciación básica que le permite al autor distinguir el lenguaje de la ciencia frente al lenguaje mítico: mientras que éste nos coloca en el misterio, porque es más abierto a la interpretación; el segundo es más claro, más acotado.
De esta manera, el lenguaje simbólico involucra un proceso vivencial, único e irrepetible, porque supone una recreación del tiempo primario al actualizarse en el presente. Esta recreación y construcción simbólica supone por supuesto una hermeneusis, toda vez que es la expresión de la facultad imaginativa del ser humano, un tipo de fecundidad creadora. De aquí que todo tipo de imaginario sea creador, constructor, aunque no por eso indique un tipo de fantasía.
Frente al signo que se establece dentro de un contexto comunicativo, que es localizado y concreto, pero además adecuado, equivalente y convencional, el símbolo se instaura como arquetipo que genera sentido. El lenguaje simbólico es por tanto no convencional, porque carece de arbitrariedad: es abierto, conduce a la significación pero se basta a sí mismo. En este sentido, el símbolo es inadecuado, no es aprehensible por el pensamiento directo, por eso es suficiente y nunca se da fuera del proceso simbólico.
El lenguaje simbólico siempre nos remite a un misterio, a un enigma que carece de significado específico, por eso se encuentra en constante relación con el arte. El símbolo aquí no es un emblema, como lo puede ser la alegoría, ya que no es algo visible o determinado; o para decirlo en términos del propio Durand, la alegoría y el signo son símbolos enfriados. Como aspecto dinámico, el símbolo es además una epifanía, un acontecimiento de aparición de carácter exotérico y esotérico a la vez, ya que está siempre ausente y pertenece al mundo del afuera: aparece de pronto y se va, y en ese movimiento de fuga y concreción, se sedimenta en la forma de experiencias culturales que crean estructuras.
Considerando lo anterior, ambos autores coinciden en que el lenguaje simbólico produce un arquetipo, si se observa desde la narración mítica. Esto es así, ya que el arquetipo permite ser algo ejemplar, instaura un orden semejante al tiempo primario, aún cuando el símbolo tenga un carácter abierto, precisamente porque éste es redundante. Es aquí donde Durand puede establecer la noción de “regímenes imaginarios de la imagen”, para dar cuenta de que aún cuando el lenguaje simbólico expresa un carácter de apertura e interpretación, éste posee una estructura: es el resultado, dice Durand, “de la imposibilidad de la conciencia semiológica, del signo, de expresar la parte de felicidad o de angustia que siente la conciencia…” Por ello, en el mito, el lenguaje involucra al personaje, porque se forma en el propio cuerpo, como repetición creadora y perfectible en el tiempo: cuando el héroe cumpla su ciclo; por eso para Durand es importante observar cómo es que se forman estas estructuras antropológicas que más bien le conciernen a la humanidad, quien expresa y organiza simbólicamente las experiencias sobre su existencia. El mito es por eso, un relato que expresa la condensación de las experiencias ordenadas en el ámbito de lo simbólico que se articulan de forma universal para crear estructuras arquetípicas. El mito y el símbolo constituyen una parte fundamental de los hechos humanos. La vida cotidiana y las experiencias culturales son manifestaciones de un tipo de orden colectivo, que se instaura en la forma de mediaciones simbólicas que, a decir de Durand, tiene que ser observadas a través de una clasificación de las imágenes.
La clasificación de los grandes símbolos supone que la imagen tienen un semantismo diverso pero también una simbología no lineal. En ello, Durand reconoce que ya Eliade ha propuesto una sistema de clasificación de tipo cosmológica, distinta a la que propone Bachelard, que se basa en una interpretación sobre el contacto entre los elementos. Sin embargo, esto sistemas de clasificación aún le parece que se encuentra fuera de la conciencia imaginante. Aquí, la mediación simbólica implica la facultad de vincular esferas de lo social, porque es el símbolo lo que pueda articular una estructura capaz de otorgar sentido a las sociedades. Se trata pues de imágenes de sentido, que vinculan el medio social, cósmico y material del ser humano y permiten crear estructuras de la imaginación.
De aquí que el imaginario colectivo lo podamos entender sólo como una forma de una interacción entre la parte subjetiva (psíquica-fisiológica) con el medio o entorno social-cósmico del ser humano. Un movimiento de interacción que es dinámico (toda vez que el símbolo es una manifestación actuante) pero que siempre se manifiesta como una forma de vida cultural con soportes sociales que evolucionan en el tiempo: como un trayecto antropológico.




Bibliografía:

Durand, Gilbert. Las estructuras antropológicas del imaginario
México. FCE, 2004.

____________.La imaginación simbólica
Buenos Aires. Amorrortu Editores, 2000.

Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno
Barcelona. Editorial Planeta, 1985, 178 pp.

Saussure, F. Curso de Lingüística General
México. Fontamara, 1987.


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