lunes, 30 de noviembre de 2009

Georges Bataille. El sacrificio del discurso

Por: José T. Mendoza Hernández

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Quiero la muerte no admitir

este reino de palabras,

eslabonamiento sin espanto

tal que el mismo espanto

sea deseable…

 

G. Bataille

 

 

La palabra es sacrificada mediante la poesía, no muere con el hombre, sólo perece dentro de los límites del entretejido sintagmático. Todo intento por preservar la palabra en los límites topológicos de lo real es la pretensión del hombre porque su silencio no sea “el silencio ahogado de una tumba”[1] que lo coloque en el olvido. Es la pretensión del hombre por alejarse de su propio cuerpo, pretensión que inicia en el estar vivo. De este modo, nos dirá Bataille que, al igual como sucede en el erotismo, entendiendo a éste último como la pretensión de aprobar la vida (el caos), aún dentro de la propia muerte (el cosmos), la palabra, y más concretamente la poesía, es el ímpetu por preservar, negando, el orden discursivo aún cuando el entretejido sintagmático en su totalidad muestra una estructura axiomática. Por ello, nos dice nuestro autor. “Ya estamos aquí finalmente. Pero, ¿tan tarde?... ¿Cómo se llega aquí sin saberlo?”. Dicho de otro modo, ¿De qué modo nos reafirmamos como un ser poiético (onto-creador), aún cuando aceptemos discursos pre-elaborados?

   Hoy en día, el cuerpo, que es también un modo lingüístico, es trasladado hacia el campo de lo virtual. Las imágenes de cuerpos degollados y los muertos en guerra, no son más que un intento por virtualizar aquello que perece. Por su parte, la palabra muerte ha pasado a formar parte de un eufemismo, ella se ha convertido en el sinónimo: “sufrimiento del otro”. En última instancia, quien sufre al ser degollado o mutilado es el cuerpo del otro, no el mío. La palabra, pues, se presta para afirmar al hombre, no al cuerpo sino al hombre en su totalidad. Ese intento por banalizar el cuerpo, como algo desechable sin una carga simbólica fuerte, es resultado de la aceptación de que la palabra no muere con él.

   Como resultado de esta banalización de lo material de la que se ha hablado anteriormente, el trabajo de duelo, que consiste en enterrar el cuerpo del otro que ya ha muerto, se vuelve también un intento por silenciar mi propia muerte, por no re-conocerme en la muerte física y discursiva del otro que ha sido sepultado. Por ello, honrar al muerto mediante el trabajo del duelo se convierte en un intento por garantizar el discurso del que honra, aún después de su propia muerte. Sin embargo, este honrar al muerto a través del lenguaje, sólo se alcanza en la medida en que éste último logra transgredir las fronteras topológicas de lo real, tal acción se realiza por medio de la poesía. Sólo en la medida en que se pretende evadir “el profundo descenso en la noche de la existencia”[2], en que se pretende evadir el vacío sintagmático, la poesía se vuelve una soberana del “yo=que=muere”, se vuelve vida aún en la propia muerte.

Para concluir, la angustia que acompaña al hombre en su camino tortuoso, es la posibilidad de afirmar su silencio discursivo, es la angustia ante el modo perverso en el que nos mantiene el silencio. Por un lado, es la angustia de no ser reconocido por el otro, es el miedo que, al ser colocado fuera del entretejido sintagmático, pueda también ser olvidado; por otro lado, también es la angustia ante la necesidad infranqueable de tener que vivir expresándome haciendo uso del discurso de las instituciones, reconociendo en ello mi vulnerabilidad en tanto ser expresivo. Sin embargo, esta angustia que surge frente al silencio es superada al jugar con el lenguaje, al volverlo vulnerable por medio de la poesía. Pero, ¿quizá la poesía sólo sea un intento por vivir en lo imaginario, al final el único consuelo que le queda al hombre es saberse vivo en los otros aún después de su propia muerte; qué mejor que jugar con el lenguaje a través de la poesía? Es la palabra quien se intenta preservar a sí misma.

 

Biblografía

- Auster, Paul, La invención de la soledad, Anagrama, Barcelona, 2008.

- Bataille, Georges, La experiencia interior, Taurus, Madrid, 1973.


[1] Georges, Bataille, La experiencia interior, p. 184

[2] Ibidem, p. 44.


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