jueves, 10 de diciembre de 2009

SEGUNDA PARTE

"La secundariedad que se creía poder reservar a la escritura afecta a todo significado en general, lo afecta desde siempre, vale decir, desde la apertura del juego."[1]

La realidad fonocentrista parece ser fugaz como el aire: lugar en que se pierde; generándose y feneciendo ahí, como algo más de ese lugar. El fonocentrismo quiere, busca, necesita, desde su discurso –lugar en que no sólo habita; sino que determina la posibilidad y el hecho de que se le pueda manifestar (por el entendimiento que provee una gramática o por el orden de las marcas con que se ha elegido asentar al fonocentrismo y a todas las demás cosas en ‘definiciones’; en un sentido particular perdurable, elegido para ser libre, divulgarse y permanecer más como tal; valga señalar, por la pausa que da la palabra, en contraste no con toda la naturaleza que guarde detrás –como piensa este discurso del que hablamos, el del fonocentrismo- sino con todos los discursos que guarda tras la disposición y la ubicación de sus caracteres)-, el fonocentrismo intenta, pues, ubicar fuera de sí a su referente; ese al que el discurso fonocentrista desea tanto acercarse, sin alcanzar a nombrar o hallar, sin embargo, en ningún lado, a un referente carente de sentido, de significatividad -podría incluso decirse: de importancia-, si no se le ubica por fuerza, en un lugar previo a la mirada, que le haga entendible, significativo, importante, antes de que los ojos le vean; legible visualmente en consecuencia; gramaticalmente ordenado o presente, multiplicado, expuesto como realidad ya no preliteral, desde el momento en que se le señala ‘ubicándolo’ en algo que resulta propio; sino como a una realidad gramatical, porque al referente se le ‘ubica’ no en el follaje y en el canto de los pájaros, sino en el leguaje, desde el leguaje: lugar que el fonocentrismo percibe más aquí, en las marcas, y que expulsa de la realidad -como del jardín del edén o del topos uranos- por encontrar en él la alegoría más visual de la memoria, del dar contenido, de la congestión o de la interrupción en cuanto al momento de una pretendida vivencia directa o pura de la realidad como tal, sin máculas, sin pasado humano en el momento de la sensibilidad; como si el lenguaje estuviese en el vértice de una realidad metalingüística, inhóspita, independiente, señalada por él en la palabra; y una devaluación después por la marca gráfica de la misma, aquella en que el lenguaje vuelca la palabra; como transportando cosas de un lugar al otro. Pero esto no ocurre así.

"No hay significado que escape, para caer eventualmente en él, al juego de referencias significantes que constituye el lenguaje. El advenimiento de la escritura es el advenimiento del juego: actualmente el juego va hacia sí mismo borrando el límite desde el que se creyó poder ordenar la circulación de los signos, arrastrando consigo todos los significados tranquilizadores, reduciendo todas las fortalezas, todos los refugios fuera-de-juego que vigilaban el campo del lenguaje."[2]

La inmediatez en la que parece fugarse la verdad, no pertenece al mismo ámbito que la palabra sonora: La articulación de la voz no proviene de ahí, no vuelve ahí, no pertenece ahí, no extrae sus cosas de ahí. La voz sonora no es ‘ligera’ ni se pierde igual que el aire lo hace, como siendo ‘de la misma naturaleza’, sino que es todo aquello que la marca de la voz expone (entonces sí) en la extensión de una naturaleza gramatical, literaria, sintáctica; compleja por elementos y ordenamientos propios y no por dictados externos.

[1] Ibidem.
[2] Derrida, Jacques. De la gramatología. p.13

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