miércoles, 9 de diciembre de 2009

Significatividad y pérdida de identidad


Por: José T. Mendoza Hernández
(Novena entrada)

Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos
sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo…

J. L. Borges


El hombre de lo moderno se vincula con los otros a partir de la relación que mantiene con las mercancías. Ello debido a que éstas últimas se consolidan como producto de la realización de un trabajo previo en cuyo proceso se desrealiza la autonomía del individuo. Así, la producción de mercancías tiene lugar en la medida en que el trabajador es arrebatado, enajenado de sus propiedades cualitativas.
A través de la realización del proceso de trabajo, ocurren de manera paralela dos sucesos: la auto-afirmación y auto-conservación del individuo. Por un lado, cada acción que se realice durante el proceso de trabajo-significación, será también el ímpetu por afirmarse en la naturaleza, entendiendo a ésta última como el entretejido sintagmático, como la materia en que el trabajo se realiza y con la que se produce; por otro lado, en la medida en que a partir de dicho trabajo el individuo se auto-realiza, otorgándole una significatividad práctica a la naturaleza, éste también buscará auto-conservarse discursivamente en ella. Así, en cada golpeteo y en cada palabra, el individuo se juega su permanencia práctica y discursiva en el orden del entretejido sintagmático.
A continuación, se sostendrá la hipótesis siguiente. Que en la medida en que el individuo se enajena mediante el proceso de trabajo, queda inconclusa la unidad dialéctica productor-mercancía y signo-significante, lo que en términos estéticos puede conducirlo a experimentar una angustia frente al vacío.

Proceso de significación

La mercancía, dice Marx, es “un objeto exterior, una cosa que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que ellas fueran”[1]. Ello significa, por una parte, que tal objeto adquiere utilidad en la medida en que está siendo condicionado y limitado por sus propiedades cualitativas; por otra parte, que dado este condicionamiento, adquiere una función lingüística.
Así pues, siguiendo esta línea argumentativa, el sistema capitalista criticado por Marx se moverá sobre una línea dialéctica que correrá de manera paralela y sincrónica. Por un lado, ésta última referirá a todo lo relacionado con el proceso capitalista, con el valor de uso y valor de cambio de la mercancía; pero, por otro lado, hará referencia al orden discursivo en el que ésta aparece. Baste decir, por el momento, que la función práctica que emerge tanto de lo mercantil como de lo sintagmático, se co-pertenece y condiciona. Además, a partir de esta relación dialéctica se llega a la siguiente conclusión, a saber, que el “sistema capitalista de prácticas sociales puede contar también como un sistema de prácticas lingüísticas, o sea, conferir una manera de hablar que otorgue contenidos proposicionales”[2]. De lo anterior, se sigue que el discurso de lo moderno está presupuesto por el modo cómo se mueven las mercancías en el sistema capitalista. Cuanto más si se acepta que el individuo, en tanto productor y consumidor, no puede colocarse fuera de esta normatividad discursiva, productiva y consuntiva.
Dado este condicionamiento frente al orden discursivo de lo capitalista, el entretejido simbólico que valida tal sistema será reafirmado en cada práctica del orden social, en cada acto de producción, consumo e intercambio. Por ello, dicho acto de afirmación implica dos cosas: equiparar los objetos de acuerdo con su semejanza o desemejanza y ubicarlos en una espacio-temporalidad concreta, asignándoles los límites de su campo de movimiento y sus posibilidades interpretativas[3].
Finalmente y dada esta co-pertenencia de la que se ha hablado anteriormente, la sociabilidad a la que dan cabida las mercancías, condicionará al individuo en la determinación de su identidad y lo conducirá a la adopción de costumbres que lo sujeten al modo como tenga que moverse en el sistema capitalista. En última instancia, este sujeto que pertenece a dicho sistema es, literalmente, un ser sujeto ―determinado― a sus condiciones e intercambios lingüísticos. En cada palabra, en cada gesto y en cada movimiento, el individuo estará afirmando, regenerando y poniendo en juego su permanencia en el orden del sistema capitalista, es decir, en el orden sintagmático a partir del cual éste último se valida.

Inserción y sumisión en el orden del entretejido sintagmático

Como ya se ha mencionado, la significatividad práctica de las mercancías y el discurso que de ellas se desprende colocan al individuo al interior de un entretejido simbólico. Lo anterior, condiciona y determina el modo de su existir y la relación que mantiene con lo otro dentro el orden discursivo de lo mercantil. Por ello, para participar del discurso que provee el sistema capitalista y validarse como ser de lo moderno, el individuo tendrá que hablar, moverse y relacionarse con los otros del mismo modo como lo hacen las mercancías. Sin embargo y pese a lo anterior, este individuo no logra dar cuenta de que vive a la base de una decisión suya propia y de que equipara todas las posibilidades mercantiles que se le presentan en el momento del intercambio, en una sola, en el dinero. Por tanto, tampoco logra reconocer su otredad porque funciona bajo el modelo de una universalización abstracta y perenne que lo conduce hasta la pérdida de su identidad.
El individuo es, pues, inconsciente del modo en que vive, en él no existe extrañeidad, contrariedad o contraposición, antes bien, tiene ante sí una contrariedad vacía que le impide dar cuenta de lo otro. Es esta la misma dinámica en la que se ha articulado el cristianismo de occidente. El discurso capitalista al igual que el discurso cristiano, nos conduce hacia una universalización del ser, interceptando y anulando en cada orden discursivo y práctico la individualidad de lo humano.
Por último, este proceso de reproducción social que funciona con base en el sistema de reproducción capitalista, otorga una particularidad a cada momento de la existencia humana, convierte y vincula las relaciones interindividuales en relaciones de convivencia capitalista. Lo anterior implica, por una parte, “la clasificación de los individuos sociales según su intervención tanto en la actividad laboral como en la de disfrute”[4]; por otra parte, la codificación y modificación de los sistemas de convivencia. Por ello, dicho proceso de reproducción, colocará al individuo tanto en lo lingüístico como en lo práctico dentro de un entretejido sintagmático que lo condicionará en las prácticas sociales que tengan cabida dentro de su quehacer cotidiano. Todo intento por salir de dicho entretejido, no sólo será una muerte discursiva, también implicará, en caso extremo y dado que la palabra es también performativa, una muerte física.

Valor de cambio y la angustia

Todo discurso, que implica de suyo una relación dialógica, supone también un orden y, en esta medida, nos provee de una sensación estética. Lo anterior, bien puede trasladarse al campo discursivo que nos proporcionan las mercancías pues, como ya se ha dicho en la primera parte de este ensayo, el argumento dialéctico que valida el modo capitalista, supone la formación de discursos dialógicos, quienes otorgan y adquieren utilidad práctica en la medida en que se co-responden y, de esta manera, se vuelven reflejo de lo otro. Sin embargo, hasta aquí hemos hablado únicamente de la mercancía en su modo concreto, en tanto valor de uso, pero hemos dejado de lado su valor de cambio, es decir, su valor dinerario.
El dinero, nos dice Marx en los Manuscritos de economía y filosofía de 1844, “es la confusión e inversión universal de todas las cosas. […] Es la puta universal, el universal alcahuete de todos los hombres y de los pueblos”[5]. Aunque el dinero, en tanto valor de cambio, posee un valor, éste nunca se manifiesta de manera concreta sino hasta que ha devenido en valor de uso, mientras tanto, sólo aparece bajo la forma de espectro. En esta medida, tal o cual cantidad, implica una libertad de posibilidades adquisitivas. Es aquí donde, manteniendo una postura kierkeggardiana, surge en el individuo el vértigo de la angustia frente al vacío, frente a la infinitud de posibilidades materiales. Lo anterior sucede cuanto más en el sistema capitalista, si se acepta que, a partir del proceso de enajenación, el individuo pierde identidad frente a las mercancías, otorgándole a éstas últimas la capacidad de asignar, a partir de la relación dialógica, un orden discursivo de la realidad. Digamos, pues, que un posible momento donde se manifiesta en el sistema capitalista la angustia, es cuando el individuo ha sido aprehendido por las mercancías y por el modo en que éstas se reproducen en el mercado. La angustia deviene, pues, cuando el individuo, quien en todo momento tiene que ser afirmado por lo otro, no alcanza a completar su imagen reflexiva en el valor de uso de otra mercancía, cualquiera que ésta sea. Ésta última postura es, aunque un tanto trágica para el modo de vida que se sigue en la modernidad capitalista, la figura que impera en los tiempos modernos.

Bibliografía

- Echeverría, Bolívar, Valor de uso y utopía, siglo XXI, México, 1998.
- Foucault, Michel, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, siglo XXI, Madrid, 1968.
- Landa, Josu, Tanteos, Afinita, México, 2009.

_________________________
[1] K. Marx, El capital, ed. s. XXI, México, 1975, p. 43.
[2] R. B. Brandom, Hacerlo explícito. Razonamiento, representación y compromiso, Herder, Barcelona, 2005, p. 40.
[3] Ibidem, p. 187.
[4] B. Echeverría, “Ontología y semiótica” en Valor de uso y utopía, p.158.
[5] K., Marx, Manuscritos de economía y filosofía, p. 176.

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