jueves, 3 de diciembre de 2009

Porqué no debemos superar al lenguaje.

Pérez Ramírez José Eduardo.

QUINTO POST

De la metáfora o la superación del lenguaje
O porqué no debemos superarlo

Si bien de la metáfora podemos decir que rompe con la literalidad del lenguaje y se alza desde sus ruinas para significar algo más: un otro de lo literal, (es decir, es fundamental para el proceso deconstructivo del lenguaje), esto a pesar de que se valga de elementos de la literalidad, usa las mismas expresiones, pero con otro sentido, esto es, hace acaecer un nuevo sentido (enunciación metafórica). La metáfora evoca algo otro, y siempre está en potencia de resignificarse a partir de sí misma, de escaparse de sí misma, está abierta desde lo otro a un nuevo sentido, a algo más, a grandes rasgos, se dice que la metáfora es impertinente. Aunque, ¿podrá superar al lenguaje?
La situación que nos inquieta puede, quizás, ser meramente un problema nomológico, pero que en la última de las instancias interviene directamente en el lenguaje. La cuestión compete al término impertinencia, el cual le es atribuido a la metáfora.
Es importante, por una parte, hablar de impertinencia para evitar una rigidez en el lenguaje, una superación de éste. Con el concepto de impertinencia damos paso al nivel performativo del lenguaje, a una reactualización. Es decir, pareciera que a través de la metáfora, de la impertinencia, el lenguaje halla nuevas refiguraciones y se fuga de sí mismo, aunque no efectivamente.
La impertinencia se vuelve una ventaja y un problema. Pareciera que pensar a la metáfora como una impertinencia, (a pesar de lo que el término impertinencia pueda mentar en cualquier caso), por sí mismo, decíamos, hace depositaria a la metáfora del proceso performativo del lenguaje. ¿El lenguaje pensado desde cualquier ángulo se sujetaría sólo a la metáfora para venir a resignificarse, actualizarse? Esto desde la tesis de que la metáfora impertinente es aquello que excede a la naturaleza del lenguaje y posibilita su resignificación. Se busca la superación del lenguaje pero ésta implica un problema.
Creemos que el concepto de impertinencia aplicado a la metáfora de manera llana, acarrea algunas dificultades al lenguaje, algunas tales como la anterior. Otra dificultad, derivada de la lógica del problema anterior, sería que cada elemento del lenguaje se juegue detentar la performatividad del lenguaje, ya la teoría de los tropos, o ya la pintura, etc. Acotar el concepto de impertinencia, y ligarlo si bien no de manera totalitaria al proceso performativo del lenguaje, sino de un modo particular, es decir, que participe y que no sea único como proceso performativo nos podría ayudar. En el caso concreto de la metáfora quizás acotar el concepto de impertinencia al de una paráfrasis reinterpretativa que se juega entre la imposición y el azar, salve a la metáfora de jugarse una cierta detención de la performatividad del lenguaje. Aclaremos un poco esta noción.
La metáfora como paráfrasis reinterpretativa tiene una función análoga a la metáfora en tanto que impertinencia: hace caer un nuevo sentido. Sólo que se instaura en un terreno más amable donde la metáfora es parte del lenguaje, y no se da como algo que no debería tener cabida, es decir, ser impertinente. Justo en este punto yace la imposición, es propia al lenguaje. Ya desde Ricœur y desde Aristóteles parece que la metáfora se funda en una analogía privilegiada . Recordemos que Barthes nos dice que la analogía etimológicamente es orden .
Por otra parte hay, en esta paráfrasis reinterpretativa, un cierto azar, hay una resistencia; a pesar de que no haya una relación directa o isomorfica entre la cosa representada y la representación, se establece un vínculo: se habla de trabajos metafórico audaces. No depende éste de una relación de equivalencia, sino de un verdadero hacer. Crear con el lenguaje. He aquí la participación de la metáfora para con la performatividad del lenguaje, misma que, a pesar de participar como hemos dicho, no comprende todo el terreno en la reactualización del lenguaje.

En general podemos decir que la performatividad del lenguaje es de todo él hacia todo él mismo. De todo aquello que participe del lenguaje para con él: a través de la unidad, más no univocidad, expresante y expresión.
En rigor, no puede pues, la metáfora ser detentora del proceso deconstructivo del lenguaje ni puede ser siquiera un término unívoco para mentar dicho proceso. Lo que sucede metonímicamente (pues como hemos despejado a la metáfora de ser única en el proceso de diseminación tiene cabida la metonimia y cualquier tropo, todo el mundo) es que se invierten causa y efecto. La deconstrucción no puede establecerse únicamente en relación a la metáfora, sino en general a la teoría de los tropos, particularmente su manera de relacionarse a esta teoría va a ser de un modo metonímico: inversión (en tanto que multiplicación y en tanto que contrario) entre causa y efecto, entre los expresado y la expresión, aún sin darle ahora una prioridad a la metonimia. En general se pierde el orden, el origen: movimiento entre el lenguaje, y su re-actualización o la no superación de éste para conservar y re-generar su multiplicidad. Al final sólo nos estamos dando vueltas, enredándonos en la cadena que nos hemos puesto del lenguaje.

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