jueves, 10 de diciembre de 2009

TERCERA PARTE

"Todo sucede, entonces, como si lo que se llama lenguaje no hubiera podido ser en su origen y en su fin sino un momento, un modo, esencial pero determinado, un fenómeno, un aspecto, una especie de la escritura. Y sólo hubiera tenido éxito en hacerlo olvidar, haciendo pasar una cosa por otra, en el curso de una aventura: como esta aventura misma."[1]

Desde el instante en que alzamos la vista y queremos referirnos al discurrir de lo que sea en ese instante, con todas las cosas yéndose en la imagen, articulando por respuesta un sonido en la garganta que emitimos a la par de un gesto, con los ojos viendo; no estamos haciendo efectivo en el sonido el hecho que se tiene delante; estamos haciendo efectiva una manifestación del lenguaje –ordenado gramáticamente, con uno o una multiplicidad de sentidos precediéndole-, que no dice sino al lenguaje mismo, irreparablemente autorreferente, únicamente presto a señalar consigo cosas del lenguaje que suceden cuando vemos, pertenecientes al ámbito que se vuelca hacia lo escrito -con los órdenes de lo discursivo como respaldo-; por siempre, desde el momento en que le usamos, moviéndose propiamente en el círculo del que participa la huella, la marca, la diferencia, muy diferente del ámbito preliteral –como un telos- que imaginaba románticamente el fonocentrismo.

"Se tiende ahora a decir “escritura” en lugar de todo esto y otra cosa: se designa así no sólo los gestos físicos de la inscripción literal, pictográfica o ideográfica, sino también la totalidad de lo que la hace posible; además, y más allá de la faz significante, también la faz significada como tal; y a partir de esto, todo aquello que pueda dar lugar a una inscripción en general, sea o no literal e inclusive si lo que ella distribuye en el espacio es extraño al orden de la voz: cinematográfica, coreográfica, por cierto, pero también “escritura” pictórica, musical, escultórica, etc."[2]

Nietzsche a su vez, mucho antes que Derrida, había ya constituido una particular alegoría del devenir, que ahora se intentará poner en comparación con aquella de la Preliteralidad –como la realidad según el discurso del fonocentrismo-, que critica el primer autor tratado.

"¡Cómo podríamos decir legítimamente, si la verdad fuese lo único decisivo en la génesis del lenguaje, si el punto de vista de la certeza lo fuese también respecto a las designaciones, cómo, no obstante, podríamos decir legítimamente: la piedra es dura, como si además captásemos lo “duro” de otra manera y no solamente como una excitación completamente subjetiva! […] Los diferentes lenguajes, comparados unos con otros, ponen en evidencia que con las palabras jamás se llega a la verdad ni a una expresión adecuada pues, en caso contrario, no habría tantos lenguajes. La “cosa en sí” (esto sería justamente la verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es deseable en absoluto para el creador del lenguaje. Éste se limita a designar las relaciones de las cosas con respecto a los hombres y para expresarlas apela a las metáforas más audaces."[3]

Legitimidad, génesis, designación, subjetivismo, adecuación, “en sí”, metáfora; desde el discurso de este segundo autor, vienen a ordenarse –a sumarse, según la perspectiva que necesita el texto para cumplir su propósito-, señalando cierto sentido, de ciertas semánticas que sólo se enlazan o tocan, por las palabras “verdad” y “lenguaje”, pero con las cuales se bastan para hacer que todo el sentido de las otras se avenga a tal ‘cierto sentido’ mencionado; que será el de un en-sí o designación legítima en cuanto a su adecuación a la verdad, en contraste al subjetivismo absoluto que plantea la metáfora, como unidad constituyente del pleno del lenguaje.

"¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal."[4]

[1] Ibid. p. 14.
[2] Ibidem.
[3] Nietzsche, F. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. p. 8.
[4] Ibidem.

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