miércoles, 9 de diciembre de 2009

Esconderse entre las palabras

El libro de las ilusiones. A propósito de esconderse entre las palabras

Por: José T. Mendoza Hernández
(Décima entrada)

El hombre no tiene una sola y única vida,
sino muchas, enlazadas unas con otras, y esa es
la causa de su desgracia…


—Chateaubriand


I

No ser leído es morir en las palabras, hacer gala de un solipsismo que conduce a los autores a desaparecer en el ocaso del lenguaje infundado que, al no encontrar correspondencia, se interna en el olvido. Pese a ser esto último un intento por prevalecer en un campo solipsista, está aún la necesidad imperiosa de hacerse invisible, es decir, de no dejar huella entre el público. Tal problema no es nuevo para la literatura y la filosofía, ya ha sido expresado de manera sobresaliente en algunas novelas contemporáneas.
En primer lugar, a nuestro parecer, podemos citar como ejemplo el libro Detectives salvajes del escritor chileno Roberto Bolaño. En este texto se narra de manera exhaustiva, haciendo gala el autor de sus dotes novelescos, de qué manera Cesárea Tinajero, una autora catalogada como estridentista y considerada la musa del movimiento poético del “realismo viceral”, no ha dejado ningún texto impreso, salvo unas cuantas líneas quebradas, trazos geométricos que no enuncian ningún idioma reconocible y a los cuales sólo se llega hacia el final de la obra. Esta larga novela, nos narra paso a paso los pasajes y paisajes que surgen en el intento de algunos jóvenes poetas, protagonistas de la novela, por encontrar un dato contundente que les permita resurgir el movimiento viceralista. Aunque es sí misma es una novela difícil de describir, nos remite a pensar en la ausencia del autor y el ímpetu que surge por encontrar su obra. Es aún más importante reencontrar la escritura que la persona misma de Cesárea Tinajero. A ello, habrá que agregarle la imperiosa necesidad de revivir al otro a través de la palabra, de traerlo al presente, aún cuando físicamente ha muerto.

II
Hay un libro que relata de manera cuasiperfecta este intento que surge en la persona por desaparecer a través de la vacuidad de las palabras, éstas que dan lugar al olvido. El libro de la ilusiones del escritor norteamericano Paul Auster nos presenta a los lectores la figura de un joven profesor universitario que alcanza la paz a través del gesto ambivalente y perverso de escribir para no ser leído.
La familia del profesor de literatura en la Universidad de Vermont, David Zimmer, fallece en un accidente de avión. Una esposa y sus dos hijos fueron llevados al aeropuerto de manos de un padre apresurado que debió viajar con ellos pero que, por razones de trabajo en la universidad antes mencionada, prefirió alcanzarlos después y, paradójicamente, resultó ser el único sobreviviente de la catástrofe. Durante meses, el catedrático universitario se hunde en el alcoholismo, la drogadicción y la autocompasión, actividades, estas últimas, que se vuelven posibles gracias al dinero pagado por el seguro, que le permite no volver al trabajo en la universidad y alojarse en un lugar tranquilo alejado de la ciudad. Ebrio y destrozado, parece no haber nada que lo libere del estado grisáceo en el que se encuentra sumergido. Sin embargo, una noche logra reír después de años de no hacerlo. Tal acto es causado por un actor que parece haberlo sacado del letargo en el que se encontraba.
Se trataba de Hector Mann, joven que comenzaba a destacar en el Hollywood de los años treinta y que desapareció un día sin que nadie supiera más de su paradero. La prensa lo dio por muerto. Mann, filmó catorce películas que en la actualidad nadie podría haber visto por estar dispersas en filmotecas de Estados Unidos y Europa. El profesor decide ver todos los filmes de su actor y escribir un libro acerca de la obra de éste. Publicado el libro, Zimmer recibe una comunicación en la que se le ofrece informarle sobre el paradero de Hector Mann, quien aparentemente está vivo, para darle a conocer su trabajo fílmico realizado después de la fecha de su sospechoso desvanecimiento. Una noche una mujer aparece frente a su casa para ofrecerle llevarlo a un rancho viejo en Nuevo México, donde se encuentra, agonizante, el ahora viejo cineasta desaparecido. De esta manera, la mujer, llamada Alma, permite narrar la vida del actor y otorga una explicación del corte abrupto de su carrera, justo cuando se encontraba en su punto culmen.
Inserto en los comienzos de la fama hollywoodense, Hector Mann se compromete en varias relaciones sentimentales simultáneas. En cierto momento dos mujeres que lo comparten sin saberlo, se encuentran en la casa del comediante y una de ellas resulta muerta. Al llegar a la escena del crimen, Mann ayuda a enterrar el cadáver para desaparecer la evidencia. Huye. A partir de ese acontecimiento su vida es una escapatoria en la que, con otro nombre, trata de sobrevivir en tanto llega el momento en que su delito sea descubierto. Pero eso no sucede. Incluso en el extremo de su huída el actor se instala cerca de la familia de la mujer que ayudó a inhumar. Cuando la hermana de la fallecida parece interesarse amorosamente de él, vuelve a huir. No se conocen todas las derivas de su errancia. Solo se sabe que en algún momento le cuenta a una mujer su historia y con ella estableció una relación en un rancho de Nuevo México. Diversas circunstancias les permitieron, con el tiempo, poseer recursos suficientes para llevar una vida desahogada. Y entonces, él toma una decisión: dedicar el resto de su vida a la actividad que más ama, el cine; hacerlo con todo profesionalismo y acuosidad, pero además comprometiéndose fehacientemente a que nadie verá, en adelante, sus actuaciones. Unas horas después de su muerte toda su obra debería ser destruida. Es este, pues, el sentido de filmar para no ser exhibido; escribir para no ser leído que puede traducirse desde un cierto punto como un acto de sacrificio impuesto por la expansión de un crimen.
La pareja, dueña del rancho en Nuevo México, dedica sus días a construir estudios, hacer guiones, editar, contratar actores que llegan sin saber la ubicación del sitio donde trabajan. Las películas son, en efecto, profesionales, no se trata de cine de aficionados. Entre la poca gente que sabe del proyecto y del rancho se encuentran un hombre y una niña que ayudan en la producción. Ésta última, que ha crecido en el ambiente cinematográfico del rancho, es el personaje a través del cual Paul Auster introduce otra historia. Es ella, una joven profesionista, quien va a buscar al profesor para que vea las películas antes que el comediante muera. Ella ha dedicado su vida a escribir un libro en el que se dé a conocer la verdadera historia de un hombre que un día dejó Hollywood sin dejar rastro alguno. Sin embargo, el sentido trágico de la novela está en el hecho de que, al igual que las películas no serán vistas, la escritura, su escritura con la cual se identifica y a partir de la cual ha construido su identidad, no será leída.
Casi al final de la novela, David Zimmer y Alma llegan al rancho prácticamente en el momento de la muerte de Hector Mann. La viuda, con quien el actor había hecho un pacto tiempo atrás, decide adelantar la quema del material fílmico. De aproximadamente una decena de cortometrajes, el profesor sólo puede ver una cinta de no más de 40 minutos. Además, al intentar salvar algo de la memoria del director anónimo de cine, Alma empuja a la viuda y ésta muere. La joven escritora no puede soportar su crimen y se suicida. El libro, ya prácticamente listo, a través del cual se conocería la vida del comediante desaparecido, se pierde.

III
El libro de las ilusiones, de Paul Auster, es casi una reflexión de cómo, si en verdad fuera un acto de sacrificio la voluntad de escribir para no ser leído, tendría un fundamento maligno, un origen cuyo fundamento se encontraría en el crimen mismo. Es importante, pues, hacer caso de la cercanía que coexiste entre el crimen y el sacrificio, además de insertar este tipo de escritores que intentan no dejar huellas.
Esta obra es, en efecto, el transcurrir paralelo de tres historias que se repiten y se refieren la una a la otra en un juego de espejos. David Zimmer, el profesor universitario en un acto vital, escribe como recurso último, es decir, para volver a la vida, para salir de la muerte, del mutismo en el que se haya encerrado tras la desaparición de su familia. Quizá porque al encontrarse el profesor universitario al borde del olvido, de la desesperación, intenta salir a partir de la deconstrucción de una obra externa a él, a saber, la del cineasta Hector Mann. Al investigar sobre la obra de éste último, intenta exhumarse, dejar testimonio del otro, del actor que ha desaparecido, intentando internarse en la nada, en la oblicuidad que se nos presenta tras la posibilidad de cambiar de nombre, de aquello que marca y que bien puede ser un código de nuestra identidad. Alma, la joven escritora, también falla en el intento de recuperar los signos, de mantener el curso de la vida, de la palabra que se ha desvanecido a consecuencia del olvido.
El libro de Auster, nos presenta, pues, el intento del hombre por ser escuchado, por no perecer con la palabra. Mann, un personaje hasta cierto punto protagonista de su propia muerte, sucumbe ante la amenaza, siempre presente, de desaparecer entre las palabras. En este sentido, el acto sacrificial al que acude el hombre al intentar mantenerse en el anonimato, no deviene santidad, es la muerte, la nada que se hace presente en el vacío del entretejido sintagmático.
Finalmente, la tragedia que en el libro de Paul Auster parece repetirse al menos en dos momentos diferentes, no nos conduce, como pasaría en la tragedia griega, a un acto de resistencia o resignación. Conduce, más bien, a la cura. Los fracasos que sufre el profesor al intentar llevar a la luz las obras de Hector Mann e intentar publicar el libro de la joven Alma, son actos que le otorgan, inesperadamente, la serenidad para seguir viviendo. No lo conducen al olvido sino a la calma.

Bibliografía
- Auster, Paul, El libro de las ilusiones, Anagrama, Barcelona, 2003.
- __________, “Ciudad de cristal” en La trilogía de Nueva York, Anagrama, Barcelona, 1996.
- De la Fuente, Lora, G. “Escribir para no ser leído (¿Morir?)” en Constante, A. y Farfán, L. (coord.) Miradas sobre la muerte. Aproximaciones desde la literatura, la filosofía y el psicoanálisis, Ítaca, México, 2008.
- Derrida, Jacques, “Fuerza y significación” en La escritura y la diferencia, Anthropos, Barcelona, 1989.

No hay comentarios: