La poesía ha puesto fuego a todos los poemas,
se acabaron las imágenes,
se acabaron las palabras.
Abolida la distancia entre el hombre y la cosa,
nombrar es crear,
e imaginar, nacer…
—Octavio Paz
El hombre intenta trasladar lo absolutamente otro, la muerte, al orden del entretejido sintagmático. En este sentido, el carácter fundante que posee la palabra (el logos), en tanto creadora de discursos, es trasladado al ocaso que está aún por venir. Parafraseando a Heidegger, el sentido de la vida depende del sentido que se le dé a la muerte. En la medida en que ésta última es entendida como silencio, se vuelve factible otorgar a los discursos un grado de permeabilidad, adjuntando con ello el silencio como una posibilidad discursiva. El ser, quien “no es otra cosa que el darse en el lenguaje”[1], hace suya la característica perversa que posee el silencio. Es, pues, éste último quien coloca al lenguaje en los límites discursivos del sacrificio y la presencia, quien hace resonar a la palabra a través de la reminiscencia[2].
La poesía, quien desde una postura batailleana conduce lo decible a los límites de lo indecible, es quien libera a través del sacrificio, al lenguaje. Por un lado, mantiene al individuo en el terreno de lo limitable; por otro lado, sin embargo, es quien vulnera, violenta y vuelve frágil al lenguaje de tipo utilitarista. En esta medida, la poesía, en tanto que vuelve vulnerable al lenguaje, logra trasladarlo de un campo utilitarista a lo desconocido. Con ello, las palabras que son usadas en la cotidianidad son transgredidas y despojadas de su labor utilitarista[3].
[1]Gianni, Vatimo, Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica, p. 69.
[2] Si por reminiscencia se entiende a la acción de representarse u ofrecerse a la memoria el recuerdo de algo que pasó, la idea de muerte tendrá que ser trasladada al campo fundante. El silencio, que puede ser interpretado como la muerte del lenguaje, es colocado de modo anterior a la palabra.
[3] Bataille recurre a un ejemplo significativo. “Si las palabras como caballo o mantequilla están en un poema, lo hacen despojadas de preocupaciones interesadas. Tantas veces como esas palabras: mantequilla, caballo son aplicadas a fines prácticos, el uso que la poesía hace de ellas libera a la vida humana de tales fines. Cuando la granjera dice la mantequilla o el chico de la cuadra el caballo, conoce la mantequilla, el caballo. […] Por el contrario, la poesía lleva de lo conocido a lo desconocido. Puede lo que puede la granjera o el chico de la cuadra, presentar un caballo de mantequilla. Sitúa de este modo ante lo incognoscible” (Georges, Bataille, La experiencia interior, p. 144.)
[4] Cf. Gianni, Vatimo, Op. cit., p. 67. La poesía permea y vuelve noble al lenguaje, puede jugar con él sin que por ello pierda su significatividad.
[5] Ibidem, p. 69.
[6] Idem.
[7] Ibidem, p. 79.
[8] Idem.
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