jueves, 10 de diciembre de 2009

Ramiro Cotarelo Lira




Cuarto post
El Autor es una convención interpretativa:
El autor como sintagma histórico.




En el tratamiento que hace Roland Barthes. El autor es una convención interpretativa porque sirve de clasificación en el lenguaje de una manera artificial, es decir, es históricamente construida, sirve para que la crítica (por ejemplo literaria) sobre la figura de un individuo y su obra establezcan un sentido único o como dirá Barthes: “Darle a un texto un Autor es imponerle un seguro, proveerlo de un significado último, cerrar la escritura”. Así el autor se vuelve una dificultad en contra de la escritura y del lector. Una dificultad entendida en el rechazo de otras interpretaciones u otras lecturas, presuponiendo que el lenguaje escrito (por un autor) es una “voz” unísona que no cambia, que se mantiene firme desde el momento en que fue escrita por su productor, obligando a ver la vida de ese individuo llamado autor que lo llevo a crear el texto. Aunque se sigue tratando de conservar el imperio del autor en la historia de la literatura (Barthes señala especialmente la francesa) se ha tratado de borrarlo, y se trata por medio del lenguaje. De hecho, otra disciplina que ha contribuido a quitar al autor es la lingüística pues “al mostrar que la enunciación en su totalidad es un proceso vacío que funciona a la perfección sin que sea necesario rellenarlo con las personas de sus interlocutores”. Al hacer esto la lingüística la persona o individuo autor deja de ser una guía necesaria y única tanto para entender, como para interpretar el texto. Porque el lenguaje utiliza un sujeto gramatical, que sólo sirve para la enunciación, a la vez que desaparece la persona o el individuo (en este caso el autor) en este mismo acto enunciativo, manteniéndose solamente el lenguaje.

El autor se desvanece, “se empequeñece como una estatuilla al fondo de la escena literaria”. Este desvanecimiento produce una modificación en el texto y su lectura, porque al dejar al autor como esa causa motriz o ese ser que precede el texto, al no hacer un esquema de “un antes y un después” del texto y de su autor, el lenguaje es el que precede en el texto y toma el lugar del autor, debido a el eterno “aquí y ahora” del texto escrito o el discurso hablado. El escribir o el hablar son actos preformativos, éste es definido por Barthes como: “forma verbal extraña (que se da exclusivamente en primera persona y en presente) en la que la enunciación no tiene más contenido (más enunciado) que el acto por el cual ella misma se profiere”. Así el texto se convierte en una inscripción que no tiene otro origen o fin más que el lenguaje mismo. Lo que propondrá Barthes es “el nacimiento del autor” por “la muerte del autor”. Porque en quien se abre la escritura para las interpretaciones es en el lector, o lo que es lo mismo, el lector es el que se conjuntan toda esa multiplicidad de escrituras que es el lenguaje. Por ello la unidad de la escritura se mantiene en su destino, en el lector. Podemos ver ahora al autor como una convención interpretativa producto, según Barthes, de la modernidad, posible de ser modificada por ser una construcción histórica.


-Ramiro-

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