lunes, 16 de noviembre de 2009

Ricardo Tafoya Ledesma

Wittgenstein y el solipsismo en el Tractatus
El solipsismo es la categoría principal que, desde mi perspectiva, proporciona un elemento fundamental en la construcción de una ética desarrollada, por parte de este autor, a partir del mundo real, cotidiano. Despojar al “yo” pensante del estatus ontológico que había ocupado dentro del mundo, desde Descartes hasta Kant, es un desafío sólo franqueable desde el análisis lógico y sistemático del lenguaje.
Wittgenstein piensa el “yo” como límite del mundo (Tractatus 5.641), capaz de fundamentar el lenguaje. Pero para que este yo pudiera funcionar como fundamento es necesario despojarlo de sus cualidades empíricas, psicológicas. Pues un yo psicológico es un hecho más entre la totalidad de los hechos que acaecen, siendo filosóficamente irrelevante. El yo que aparece en el mundo es una relación de significados; en este sentido, es un ente compuesto, incapaz de funcionar como causa única del lenguaje.
Proyección y significado.
El mundo es la totalidad de los hechos que acecen (Ibid., 1.1). Pero este estado de cosas determina también las posibilidades en el espacio lógico, de lo que es y lo que no es, y de todo aquello que es posible; que, además, solo puede expresarse en el lenguaje. Así, se convierte en una relación bicondicional: el mundo se constituye dentro de los límites del lenguaje y el lenguaje solo refiere al mundo, por medio de proposiciones. Pero el sujeto que aparece en el lenguaje no es el verdadero sujeto en tanto que aparece de facto, en su relación con otros hechos, por tanto es compuesto, de tal forma que el sujeto al que apela Wittgenstein es un sujeto trascendental, no a las simples figuraciones de éste (cuerpo, voz, mente, etc.)
La proyección es el significado que se da a los signos en el mundo. Por medio de la representación, a través de los nombres, se configuran los objetos. Para que un signo proposicional se proyecte se necesita que los objetos estén dispuestos de la misma forma en que se encuentran dispuestos en las unidades simples dentro del propio signo proposicional, y que el objeto sea representado por un nombre (cfr. Ibid., 3.21, 3.22). La necesidad de nombrar no tiene más objeto, en esta parte del Tractatus, que la finalidad de establecer relaciones lógicas respecto de otros objetos, por necesidad de distinción. Pero, ¿quién establece dichas relaciones lógicas?, ¿quién otorga el significado a los signos?; no hay más repuesta: nosotros.
Del sujeto empírico al sujeto trascendental.
El significado es dado a los signos según esquemas de acuerdo o, mejor dicho, por sistemas de convención entre sujetos empíricos, siendo la voluntad la que se encuentra en el fondo de toda la composición de sentido como totalidad del lenguaje. La forma de acceder al sujeto trascendental es por medio de la voluntad, idea que Wittgenstein hereda de Schopenhauer (Véase, Schopenhauer El mundo como voluntad y representación) “el mundo es mi representación”. El mundo es mi mundo, pero “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (Ibid., 5.6). Desde este punto de vista, la totalidad del lenguaje estaría constituido por una voluntad trascendental. La voluntad se erige como condición de posibilidad del lenguaje y, en este sentido del mundo.
El solipsismo.
No hay nada en la experiencia del sujeto que permita inferir que es un sujeto el que experimenta, podríamos decir parafraseando el parágrafo 5.633 del Tractatus. El yo no es un objeto, y en el mismo sentido, tampoco existen hechos a nuestro alrededor que puedan dar cuenta de que el yo aparezca representado. Cuando Wittgenstein afirma que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, se refiere al lenguaje que es entendido por mí y en el cual se generan mis proposiciones respecto del mundo; de tal forma que la distinción entre el sujeto y el mundo se vuelve imperceptible, más aún, desaparece. Por esta razón, dirá Wittgenstein, que finalmente el solipsismo es compatible con el realismo más radical, pues el espacio del sujeto se reduce de tal forma que se vuelve uno con el mundo; sujeto y realidad se mueven en una dimensión coordinada (Ibid., 5.63-5.64).

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