sábado, 21 de noviembre de 2009

el retorno del sintagama sagrado 3

Pero lo que nos importa aquí es el papel que la poesía desempeña en esta respuesta, la poesía para Heidegger no es un mero juego verbal, se trata del camino a la revolución del sintagma, por lo mismo, no reviste el traje de lo simbólico o metafórico y tiene que ser así porque sin ello no se encontraría la posición solemne y sagrada de una estética que busca volverse la salida a una filosofía del sujeto alienada e inauténtica, si Heidegger critica la historia entera de la filosofía como el camino del olvido del ser en tanto metafísica, lo hace porque tiene en mira un inicio más fundamental, este es el mentado giro o vuelta (Kehre) desde la que se opera en tanto torsión de la metafísica, el giro tiene dos objetivos, por un lado es el arma ideológica con la que Heidegger se separa y critica las otras filosofías inauténticas , por otro es el reducto último de “Los poderosos temas evacuados por una racionalidad deificada y puramente calculadora, ahora sin morada y errantes, (que) buscan un techo bajo el que guarecerse, y lo descubren en el discurso artístico” . Ahora podemos pensar el lugar desde el cual nuestro filósofo esta plantado para ofrecernos la diferencia ontológica, podríamos decir que se trata de terreno sagrado, en el semestre de invierno de 1929-1930 Heidegger vuelve la mirada a la indigencia de la situación alemana y dictamina en su análisis del aburrimiento que es el resultado de eludir el compromiso de “<> . Este espanto procedente del misterio son el resultado de algunas amenas tardes con el libro Lo sagrado de R. Otto, como nos recuerda Safranski, porque Heidegger está pensando todo el tiempo en un tiempo donde se regrese a lo sagrado, el olvido del ser nos habla de la añoranza de este otro tiempo que en múltiples lugares llama como riesgo, peligro, aversión, etc., respecto a lo ente, que caracteriza la manera de conducirse moderna que hace representación a lo ente y olvida la originariedad del ser, lo que lleva a un abandono de y en las cosas mundanas, por parte de lo que él llama “el carácter de mandato de la voluntad” en la conferencia ¿Y para que poetas? comenta inmediatamente: “Con dicho carácter, en el transcurso de la metafísica moderna se manifiesta como ser de lo ente la esencia largo tiempo oculta de la voluntad que estaba presente desde hacía tiempo.” En perjuicio de la pregunta por el Ser, el camino de dicha denuncia es el derrotero de la filosofía heideggeriana, ahora bien, cuál sería la finalidad de la filosofía desde ella, pero me refiero no sólo a la finalidad que Heidegger nos plantea, sino la que nos oculta con su artilugio, podemos arriesgar una respuesta, una doble respuesta desde los campos apuntados más arriba, una es la puesta en marcha de un discurso novedoso y agresivo en dónde se plantea repensar toda la filosofía occidental desde una renovada base ontológica, el otro responde preguntas sociológicas del porqué hacer tal cosa. Pero sobre todo lo que nos importa aquí es el lugar desde el que se hace posible tal denuncia, especialmente en el aspecto del lenguaje, pues la sospecha que nos guía es que el discurso heideggeriano ni puede abandonar la posición técnico-lingüística de la ontología, es decir, que el giro heideggeriano que pretende repensar la filosofía entera desde una perspectiva ontológica fundacional no deja de ser un artilugio figurativo en el lenguaje y por lo tanto se trata de una narración alegórica que se oculta también por medio de cierto autoengaño y que por lo mismo tampoco quiere dejar de tener en último término una finalidad ideológica.
Lo anterior nos lleva al recóndito camino por el que Heidegger se adentra en la poesía y también por los vericuetos que guarda ésta para todo aquél que se adentre en su juego, el que tome a Heidegger por guía, así, si el giro heideggeriano comienza con su demarcación de la filosofía moderna, pasa por las meditaciones acerca de la poesía de Hölderlin y continúa hasta culminar en la Ereignis, sería acertado buscar en él no sólo los trucos y artilugios que producen las ilusiones y fantasías, los fenómenos y los conceptos, los dones y eventos, etc. Sino precisamente lo que nos planteamos al principio, esto es, que en la capacidad de producir creencias profundas y duraderas por medio de todo este aparato se da la diferencia que estamos buscando en el mismo lenguaje, podríamos caracterizar a cada una con alguna denominación llamando por un lado a ésta hierofántica y a la otra crítica, pero entonces ésta crítica apareja ya de por sí un desapego, lo mismo si quiere dejar de servir como ideología o si no puede dejar de hacerlo. Pero en el caso de la filosofía heideggeriana ni quiere ni puede, nuevamente haciendo uso de nuestro exergo podemos precisar aún más la locación del lenguaje según Heidegger, así la torsión de la metafísica que se pone en marcha como una denuncia frente a lo que él considera “el peligro de los peligros” en su conferencia de 1936 Hölderlin y la esencia de la poesía (en adelante HEP) nos aclara éste como:

El peligro es la amenaza del ser por lo ente. Pero el hombre expresado en virtud del habla es un Revelado a cuya existencia como ente asedia e inflama, y como no-ente engaña y desengaña. El habla es lo que primero crea el lugar abierto de la amenaza y del error del ser y la posibilidad de perder el ser, es decir, el peligro. Pero el habla no es sólo el peligro de los peligros, sino que encierra en sí misma, para ella misma necesario, un peligro continuo.

La ambivalencia de la que nos habla Heidegger se refiere tanto a una decisión acerca del uso del lenguaje, aquí se encuentra la ritualidad que mencionamos al principio, el uso que propone Heidegger es la transportación de la ritualidad al lenguaje, su uso sagrado en tanto dialéctica y dualidad potencial y como su dimensión histórica en tanto puesta en acto del mismo ser, así el peligro es inminente porque se trata de la misma habla que da lugar tanto a su uso instrumental como a su otredad como portador o casa del ser, la llamada torsión de la metafísica tiene que ver directamente con esta decisión, porque es al mismo tiempo crítica y búsqueda de este nuevo tiempo, advenimiento, pero tal cosa le corresponde a un tipo especial de personas en tanto que se oponen a la objetivación del mundo, éstos son los poetas, para ellos no es vigente la lógica del cálculo sino la del corazón, la lógica rememorante, la que invierte la lógica de la metafísica moderna tal y cómo la filosofía de la conciencia la entiende en tanto representadora y:

…le da a la esencia del hombre, en cuanto interior invisible, la señal para una inversión (Kehre) de la aversión (Abkehre) contra lo abierto. La inversión señala el ámbito interno de lo interior. La inversión de la conciencia es por lo tanto una interiorización rememorante que vuelve la inmanencia de los objetos de la representación en una presencia dentro del espacio del corazón

El qué y cómo se encuentran las cosas en este espacio nos lo hace saber un poco antes, cuando nos dice que es en esta “…interioridad invisible del corazón donde el hombre se siente inclinado a amar a los antepasados, los muertos, la infancia, lo que aún está por venir.” Hay sin duda en Heidegger-debemos reconocerlo- una crítica a la modernidad que se ha vuelto excesivamente especializada en sus saberes y no ha podido volver a encontrar la unidad que reconstruye al hombre entero, fragmentación de la vida en saberes que no se comunican uno con otro, el pensar heideggeriano busca la unidad, pero a qué costo, es el reducto de los temas evacuados por la tecnificación del pensar –ya lo había visto Eagleaton- pero, ¿acaso la nueva hipóstasis del ser va a salvar al hombre?, saber soterológico que busca volver a fundar el mundo en un imaginario cuya estructura ontológica se confunde con las cosas que Heidegger identifica como originarias, la patria, la tierra, el suelo, la lengua provincial, el traje típico, el pueblo, la provincia, el trabajo artesanal, etc. Pero como decíamos es el habla, el lenguaje el que lleva a cabo esta articulación, de ahí la metáfora del templo, el lenguaje es donde se arriesga todo en virtud de que articula todo:

Cuando caminamos hacia la fuente, cuando atravesamos el bosque, siempre caminamos o atravesamos por las palabras <> o <>, incluso cuando no pronunciamos esas palabras, incluso cuando no pensamos en la lengua. Pensando desde el templo del ser, podemos presumir lo que arriesgan esos que arriesgan más que el ser de lo ente. Arriesgan el recinto del ser. Arriesgan el lenguaje. Todo ente, los objetos de la conciencia y las cosas del corazón, los hombres que se autoimponen y los que son más arriesgados, todos los seres están a su modo, en cuanto entes, en el recinto de la lengua.

El lenguaje opera sacralizando lo que la razón calculadora ha objetivado, devolviendo cierta dignidad a las cosas, volviéndolas intocables, si esta operación sacralizante se considera necesaria lo es en la medida que es la operación opuesta a la representación que las vuelve disponibles en una entificación objetivante, se trata de la misma vuelta, un retornar al origen, un regreso del cual es paradigmático el regreso al hogar hölderliniano, “El ser atraviesa como él mismo su ámbito, delimitado (, tempus) por el hecho de presentarse en la palabra.” La operación guarda dos aspectos, que podemos caracterizar como implícito y explícito, el sacralizante implica devolver el respeto al mundo y las cosas por medio de la presencia de lo divino, entrar en este dominio del lenguaje ontoteológico significa volver al juego de ausencia presente de algo divino en todo el lenguaje, el juego de la paraousía, de la paronímia y la alegoría, pero lo implícito del juego es el artilugio que no se reconoce como artilugio, la torsión de la metafísica implica volver a pensar en un tiempo donde el artilugio produce el desconocimiento, el desconocimiento quiere decir que se niega y se borra todo rasgo que delata el aparato figurativo que lo produce, implica también pensar el lenguaje desde ese lugar antes que se piense explícitamente su artilugio, este lugar es para Heidegger la poesía, el regreso es pensar la poesía no como juego simbólico, sino como una actividad de una dignidad y gravedad tales que su decir adquiere sello de permanencia eterna, autoridad que le viene del mismo ser, dice en HEP:

Lo que dicen los poetas es instauración, no sólo en sentido de donación libre, sino a la vez en sentido de firme fundamentación de la existencia humana en su razón de ser. Si comprendemos esa esencia de la poesía como instauración del ser como palabra, entonces podemos presentir algo de la verdad de las palabras que pronunció Hölderlin, cuando hacía mucho tiempo la noche de la locura lo había arrebatado bajo su protección.

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