sábado, 31 de octubre de 2009

El beso de Allāh

De Anda Celis Verónica Angélica
Problemas de Historia de la Filosofía y Ciencias Sociales
31 de octubre de 2009

Tercera Entrada al Blog de ISOMORFÍAS

El beso de Allāh

En el Tratado del Amor de Ibn Arabi, podemos vislumbrar que la experiencia mística es el acontecimiento donde el sujeto es trascendido, pues su finitud, espacialidad, temporalidad y sobre todo, su racionalidad son rebasadas por dicho acaecimiento. Este último aspecto, la racionalidad, se ha presentado como el único aspecto que le otorga dignidad al hombre, como afirma Locke en su Ensayo sobre el Entendimiento Humano, ya que es el medio por excelencia a través del cual vivimos, conocemos y dotamos de sentido a la “Realidad”.


Esto se muestra claramente, en la filosofía cartesiana: cuando el cogito se revela como criterio ontológico y criterio epistemológico. En primer lugar, la percepción, las sensaciones e inclusive los sentimientos son reducidos una misma raíz: el cogito, es decir, la capacidad de pensar: la racionalidad. Así, es criterio ontológico, pues el dudar [en este caso de mi existencia] es actividad del pensar y dicho pensar remite necesariamente a algo (una sustancia pensante realmente existente) que la lleve a cabo. También, es criterio epistemológico porque toda afirmación es verdadera si y sólo si es pensada tan CLARA y DISTINTA como el cogito ergo sum.


De esta forma, es sólo a partir de esta única realidad objetiva (res pensante) por la cual se descubre la res extensa (cualidad necesaria de los objetos) y la res infinita (Dios). Sin cogito no habría manera de recuperar la validez objetiva de las representaciones y del mundo externo; asimismo, de garantizar que la realidad se mantenga ordenada causalmente, la continuidad del objeto y la identidad del sujeto.
No obstante, Dios es quien legitima lo anterior, mas esto es develado únicamente sobre la base única, firme, incontrovertible, indudable e indubitable del cogito ergo sum. Sin éste último no hay posibilidad de garantizar absolutamente nada, pues las representaciones de la res pensante son subjetivas y no remiten a algo fuera de dicho espacio de representación interno. Asimismo, la racionalidad es la que avala la convivencia adecuada entre los miembros de una sociedad por medio del establecimiento de leyes jurídicas y normas morales, como se indica en la filosofía kantiana.


A pesar de ello y de los esfuerzos por mostrar la capacidad de la racionalidad, el acaecimiento místico no le acontece al Yo o, mejor dicho, trastoca ese Yo porque su capacidad-ámbito racional es suspendida dando lugar a la irrupción plena de la capacidad-ámbito emotiva-figurativa-creativa. Así, el marco conceptual, racional, lingüístico es rebasado y por ello, se muestra una imposibilidad de ser comunicado. De esta forma, la experiencia mística se concibe o es comprendida como muerte: la muerte del Yo que conlleva efectos en la manera de estar y ser en el mundo. Dicha experiencia también es denominada como el beso de Allāh. Por ello, para el místico la comunidad se le torna como algo falso, algo ficticio. La Realidad no es lo que aparece o lo que los hombres hacen de ella, sino es en sí expresión de Dios.


De esta manera, para ejemplificar, se podría vislumbrar que el amor concreto no es de dos seres amándose el uno al otro, sino Allāh amándose a sí mismo. En este amor concreto, uno de los sentidos que es privilegiado es la audición, ya que es un sentido sublime porque no necesita de la presencia del amado/a para obtener una “imagen” del mismo/a: la remembranza. Por ende, el sentido de la vista es dejado a un lado, pues la vinculación con el objeto amado (Bienamado: habib) es más notoria, ya que sí necesita la presencia del amado/a para obtener una “imagen”: “¡Iniciados! ¡Mi oído ha sido seducido por cierto ser! ¡La oreja es cautivada algunas veces antes que el ojo!” (Ibn Arabi, Tratado del Amor, p. 39).


Por lo anterior, se puede apreciar que el amor se revela como un constructo lingüístico: la imagen o palabra advenida por el sonido que no tiene necesidad de pedirle la corroboración o en anclaje o la aproximación al objeto. Así, es el ámbito soberano no de la denotación, sino de la connotación. Esto se debe a que la denotación siempre se encuentra enganchada al objeto, mientras que la connotación a las imágenes, a las palabras: “(…) el amor del amor (hubb al-hubb) que consiste en preocuparse por el amor hasta el punto de olvidarse de aquel de quien se está enamorado” (Ibídem, p. 45). Es lo mismo que acontece en la experiencia mística, cuando el hombre es besado por Dios.


De aquí, se muestra porque de la imposibilidad de comunicar la experiencia mística. La razón de ello es que el lenguaje entendido como denotativo es simplemente una faceta del mismo y dicho ámbito está anclado a principios lógicos como el de no contradicción o el de identidad. No obstante, dicho ámbito no es el único que existe, sino lo connotativo también yace en él. Esta esfera por su parte se rige o es en esencia metafórica y por ello, puede aprehender la experiencia mística y amorosa porque son uno y lo mismo. Esto es, dichas experiencias muestran a la Realidad como es en sí: lingüística metafórica-connotativa.


Debido a ello, se manifiesta que el lenguaje es en sí mismo connotativo, metafórico y que el aspecto denotativo es simplemente el olvido de ello. Lo denotativo es la ilusión de una metáfora que ha permanecido por su utilidad cierto tiempo. Por esta razón, para el místico la realidad se le muestra ficticia, pues ha accedido a ese fondo último o primordial, se ha dado cuenta que en sí todo es lingüístico: no hay una separación, todo es metáfora. Allāh es este fondo último de realidad: lo connotativo. Es el fondo dionisíaco performativo. Así, el místico decide alejarse de la comunidad, pues ella no advierte su falsedad. Él al hablar es concebido como loco y por ello, excluido al desorbitar lo que se ha impuesto como real, verdadero, absoluto. El místico es el que irrumpe lo denotativo proclamando la verdad de la connotación.

1 comentario:

Black Bird dijo...

Ahh muy bueno este post, me agradó sobre todo la primera parte donde se contrasta el paradigma occidental del conocimiento del sujeto que depende de la propia razón para conocer al mundo frente a la concepción mística donde el sujeto se desmantela para acceder a Dios, a la totalidad indeterminada.
Lo mas curioso es que ambos presuponen un Dios aunque uno funja como fundamento epistemológico principalmente y el otro como ontológico, espero que continúes este tema pues me agradó bastante! Saludos, Mauricio.