sábado, 3 de octubre de 2009

Reconfigurando las posiciones del cuerpo...

De Anda Celis Verónica Angélica
Problemas de Historia de la Filosofía y Ciencias Sociales
3 de octubre de 2009

Segunda Entrada al Blog de ISOMORFIAS

Sólo en el silencio la palabra, sólo en la oscuridad la luz,
Sólo en la muerte la vida;
El vuelo del halcón brilla en el cielo vacío.

La Creación de Ea

Cuando Heidegger nos afirma que el Lenguaje es la casa del Ser, nos muestra que todo lo que acontece no puede darse sin ser, ya de antemano, significado y siendo significado. En otras palabras, el lenguaje es la condición de posibilidad del hombre para existir y ser. Una cita de la novela de Un Mago de Terramar pudiese develar esto- cuando Ged llega a la Escuela de Roke para iniciar su educación, al estar esperando al Archimago Nemerle, Decano de Roke, le acontece lo siguiente:

“En el momento en que sus miradas se encontraron, un pájaro trinó en las ramas del árbol. Y en ese mismo instante Ged comprendió el canto del pájaro, y el lenguaje del agua que caía en la pila de la fuente y la forma de las nubes y el comienzo y el fin del viento que agitaban las hojas: le pareció que él mismo no era más que una palabra pronunciada por la luz del sol” (Le Guin, Ursula K., Un Mago de Terramar, p. 50).

De aquí surge la pregunta de si hay vivencias a-lingüísticas, esto es, vivencias que puedan trastocar al individuo sin estar, ya de hecho, significadas e inclusive, que no puedan significarse jamás. Así, por ejemplo, nociones como cuerpo o como familia parecerían ser algo natural e inmediato y por ello, desprovisto de contenido cultural o histórico significativo.
Retomando el libro de Judith Butler, El Grito de Antígona, la autora muestra que detrás de la interpretación lacaniana del personaje de Antígona, subyace un horizonte de inteligibilidad heterosexual. Según el discurso lacaniano, los lugares simbólicos de la Madre y del Padre son necesarias para la inteligibilidad social o el posicionamiento psíquico que da paso a la colocación del individuo en lo social. Dichos lugares pueden ser múltiplemente ocupados, peros esas estructuras son necesarias, universales e irremplazables. Esto da pie a que dichas estructuras se refieren a un simbólico universal biológico y heterosexual.
No obstante, a partir del personaje de Antígona se pone en cuestión dichas estructuras, ya que el parentesco de donde ella proviene es ya incestuoso, las posiciones de los miembros familiares son incoherentes y el género es desplazado constantemente. Esto permite concluir que la estructura simbólica del parentesco en tanto biológico y heterosexual no es la única que existe, sino que se encuentra a expensas de la alternación:

“Si el parentesco es la precondición de lo humano, logrado a través de la catacresis política, la que se da cuando el menos que humano habla como humano, cuando es género es desplazado, y el parentesco se hunde en sus propias leyes fundadoras. Ella actúa, habla, se convierte en alguien para quien el acto de habla es un crimen fatal, pero esta fatalidad excede su vida y entra en el discurso de la inteligibilidad como su misma prometedora fatalidad, la forma social de un futuro aberrante sin precedentes”. (Butler, Judith, El Grito de Antígona, p. 110)

Con respecto a la noción de cuerpo, Butler nos comenta que no es lo sexual del cuerpo lo que determina el género del mismo, sino al revés, el género es el que determina lo sexual del cuerpo. Esto se debe, a que en primera instancia, “lo masculino” y “lo femenino” fuera los dos únicos órdenes de poder entender, clasificar y experimentar el cuerpo. De esta forma, parecería que a partir de dichos ámbitos se bosquejan los roles de género que le corresponderían a cada cuerpo.
Sin embargo, ¿qué pasa con lo otro? Por ejemplo, tenemos el caso de Herculine Adélaide Barbin, un intersexual francés que fue clasificado como mujer al nacer, pero que más tarde tuvo que ser re-clasificada como hombre cuando en un examen médico mostró que además de vagina, tenía pene y testículos, falta de menstruación, sin busto y poseía barba y bigote que tenía que estar afeitando constantemente. Así, fue obligado a cambiar su nombre, dejar a su maestra con la cual sostenía un romance, y su trabajo. Esta imposición, igualmente, se encuentra basada en un horizonte de inteligibilidad biológico y heterosexual que se yergue como el único, absoluto y fundador de la realidad.
No obstante, cabe la cuestión de por qué es necesario tener que definirse a través de esos dos estatutos, por qué no simplemente quedarse al margen, por qué no re-configurar dichas posiciones.

2 comentarios:

Black Bird dijo...

La problemática que planteas muestra precisamente la problemática que se deriva de términos que aparentan una transparencia en su entendimiento como por ejemplo el de cuerpo.
Este es el argumento de ciertos movimientos de teoría de género como la llamada teoría queer.
Sin embargo lo que me interesa mas aun es la capacidad de re-significación que posee el cuerpo en sus prácticas desde algo tan aparentemente neutro como el rasurarse que en efecto no escapa al horizonte de inteligibilidad biológico donde se juegan cada vez las clasificaciones de los sexos.

Anónimo dijo...

Con respecto a esto, estoy empezando a trabajar un texto: "El Género en Disputa" de Judith Butler, donde en una parte la autora habla sobre el dimorfismo natural. Dicha noción se refiere a la presuponían de que en cada cuerpo yace una "verdad innata" sobre su sexo. Esto es sumamente interesante, ya que estaría implicando que no es el sexo el que crea el género, sino al revés: el género crea al sexo. Esto es, que los roles "femenino" y "masculino" no se remiten en primera instancia a lo biológico (poseer pené o vagina y senos), sino a ciertas actitudes, actividades y posibilidades de ser que son clasificadas o asignadas o categorizadas a dichas diferencias biológicas. No hay un sexo neutro, sino cargado, ya de antemano por redes de significación social. A través del uso y del hábito nos parece como algo natural: por ejemplo, que los niños les guste el color azul y a las niñas el color rosa, puesto que al niño que le guste el color rosa es catalogado como “marica” (su status de “hombría” es puesto en duda como si fuese algo natural donde ahora se asoma un foco rojo contaminado).